Nombre de la obra: Fricciones de poder
Autor: Andrés Valenzuela
Modelos parte inferior: Andrés Valenzuela y Dinko Covacevich
Categoría: Meme
Formato: Montaje fotográfico digital
Fecha de realización: Enero 2021.
Brigada de pegado de afiches: “Las colas frías”: Piamadalia, Dimarco, Dinko y Andrés.
Descripción: Imágenes con retoque digital. Fotografías reales de hombres de poder abrazándose, tomadas de internet e intervenidas en Photoshop. En la parte inferior, son completadas con autorretratos realizados junto a mi compañero. Esta serie está pensada como “memes” para difundir en redes sociales y también para las paredes de la vía pública. En los afiches se les agregó un código QR que lleva al texto digital “Cofradías de virilidad: sobre fricciones de poder”, por Luna Grandón.
TEXTO: Cofradías de virilidad: sobre fricciones de poder
Por Luna Grandón
“Las estructuras de las mafias y de la masculinidad,
como he afirmado muchas veces,
son perfectamente análogas”
Rita Laura Segato,
La escritura en el cuerpo de las mujeres
asesinadas en ciudad Juárez.
Hugo Banzer se frota contra Pinochet. Pinochet se frota con Jaime Guzmán. Sebastián Piñera se frota contra Eduardo Frei hijo, e imagen seguida, contra Juan Carlos I. Lagos con Alwin, el Papa Francisco con Kirill, Zuckerberg con Gates y Allende con Fidel.
En este fotomontaje, la franja horizontal que Andrés Valenzuela traza entre los históricos abrazos de hombres de poder, y los frotes eróticos de él mismo autorretratado junto a su pareja, nos recuerda aquella ficción moral de la heterosexualidad que dibuja las prohibiciones del deseo, a la vez que lo sublima en cofradías de virilidad. Es sólo una franja, insertada allí, como un tercer objeto entre dos imágenes aparentemente distantes, la que se vuelve un puente entre negación y aceptación, entre lo público y lo privado, entre poder y deseo, evidenciando lo artificioso y poroso de todos esos pares binarios. De pronto, se difuminan en una línea que pareciera no proyectar fugas, pero que, sin embargo, nos permite transitar de un lado al otro, olvidando cuáles eran las fronteras que no debíamos atravesar.
¿Es sólo poder lo que se frota en estas “Fricciones de poder”? ¿Qué se intercambia en esos roces, y en esos tactos? ¿Podemos afirmar siquiera que algo se intercambia, o será quizá, que algo se produce en esa relación? Al mirar esta serie pienso en la lectura de Rita Segato sobre la masculinidad como un estatus ausente, fantasmagórico, que sólo existe supeditado a su obtención: a su decir, la masculinidad no es un “atributo” permanente de alguien que la porta, sino que es un estatus transitorio y necesariamente colectivo, pues debe ser reconfirmado con regularidad ante los pares masculinos que avalan la virilidad de quien busca instituirse como macho ante la cofradía del poder. Con el pago simbólico de un tributo —que es la burla de un curso de colegio al niñe cola, que es la competencia de macho adolescente de quién bebe más alcohol, que es la violación correctiva a las lesbianas, que es el feminicidio— la masculinidad se reconfirma, como por si quedaban dudas, y para hacerlo necesita producir jerarquías verticales de poder que inferioricen y violenten a otros cuerpos para sí. Esa ofrenda a la cofradía, asentada en las reglas de la heterosexualidad obligatoria[1] actúa no sólo en la verticalidad del poder, sino también horizontalmente como un acto comunicativo ante los pares-jueces masculinos que aceptan el tributo que reconfirma la virilidad —tan frágil, tan potencialmente impermanente— de quien juega las reglas del poder heterocis.
Así las cosas, la masculinidad patriarcal es tan frágil que requiere sistemáticamente de ejercicios de poder que operan en mafia, como relación política de alianza que desborda incluso a dispositivos como los partidos políticos o la iglesia, aunque es a la vez esa misma alianza, la que en primera instancia los funda como aparatos que reproducen y amplifican su poder. La heterosexualidad obligatoria, como régimen político más que como orientación sexual, encubre en su mandato de ‘deseo a lo diferente’, un profundo ¿amor? falocéntrico de aquello que es lo mismo, de aquello que es plausible de considerar como sujeto políticamente igual. Las irónicas y satíricas imágenes de “Fricciones de poder” juegan con las contradicciones de la masculinidad patriarcal, que tiene permitido el deseo de poder y lealtad irrestricta de su mismidad-macho en lo público, mientras que reniega del deseo homoerótico, a menos, que se mantenga invisible en lo íntimo y privado, o bien, mientras que una práctica homosexual forme parte de un tributo violento a la cofradía de la masculinidad. Hipocresías del poder, del deseo… ¿del amor? No, eso no puede ser amor. Las cofradías patriarcales vuelven aceptables las constantes fricciones del poder entre hombres heterocis, mientras que producen como inaceptables las expresiones sexo-afectivas entre hombres que se aman y se cuidan a plena luz del sol, porque hemos hecho del sexo un fetiche y un tabú. Porque sólo ha de ser visible lo heteronormado. Porque hay sólo una verdad del sexo:
Eso no se toca.
Así no se hace.
Eso no se goza.
Eso no es de dios.
El 22 de abril de 1973 —en plena Unidad Popular— hubo una protesta homosexual en la Plaza de Armas de Santiago, según se dice la primera, que según distintos periódicos de la época fue homofóbicamente conceptualizada como protesta de “sodomitas”, “anormales”, “locas”, “colipatos”, “raros”, “maracos”. Incluso el diario el Clarín, medio de izquierda que defendía el legítimo gobierno de Allende y la lucha de clases, declaró ante la demanda de matrimonio homosexual “estos asquerosos especímenes quieren que esto sea legal”[2]. Pese a todas las conquistas de justicia y democracia que la Unidad Popular propició durante su ejercicio, el régimen de hetero(cis)sexualidad permaneció intacto, favoreciendo la reproducción de rígidos roles de género. Ya instalada violentamente la dictadura cívico-militar de Pinochet, las persecuciones y torturas específicas hacia las diversidades sexuales evidenciaron su móvil moralizador y correctivo sobre las “desviaciones” de la heteronorma, aumentando las violaciones de derechos humanos y torturas crueles a personas sólo por su expresión de género u orientación sexual[3]. La masculinidad patriarcal, representada en la figura del militar, que corrige y ordena, a la vez que anexa y conquista territorios para sí, reinscribe su poder en la violencia y subyugación.
Pienso que el trabajo de Andrés nos interpela en este crítico e histórico momento constituyente, a reconocer cómo los pactos de poder no han desestabilizado sus fundamentos heteronormativos (además de racistas, extractivistas, capacitistas y colonialistas, nunca está de más mencionarlos), en donde el pacto patriarcal de la masculinidad necesita feminizarcuerpos que reconfirmen su estatuto de poder, mas nunca feminizar-se. Si la virilidad se sostiene en alianzas hambrientas de gestos y fricciones de poder, quizá sea este el momento propicio de que seamos nosotras las que produzcamos nuestras propias fricciones de poder entre nuestras cuerpas disidentes y monstruosas: fricciones de poder popular, feminista, plurinacional, anticolonial, antirracista y contra toda precarización neoliberal. Que así como nos frotamos las palmas y producimos calor, nos frotemos entre todas, polígamas, sin verdades sobre los cuerpos ni los deseos, y que produzcamos un calor colectivo, de esa revolución ardiente y preciosa que venimos gestando hace tal vez demasiado tiempo.
Por Luna Grandón
[1] Adrienne Rich. Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana. DUODA Revista D’Estudis Feministes 10, 1980. Disponible en https://www.mnba.gob.cl/617/articles-8671_archivo_02.pdf
[2] Puede profundizarse la declaración en http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-589198.html
[3] Anna Desrues. Diversidad sexual en dictadura militar (1973/1990). Museo de la memoria y derechos humanos. Disponible en http://www.cedocmuseodelamemoria.cl/wp-content/uploads/2019/01/Redacci%C3%B3n-final.pdf